14 sept 2008

8 de julio de 2006

Por Virginia

CRÓNICA DEL TALLER INFANTIL

LA BÚSQUEDA DEL TESORO.

Jamás imaginé que del cansancio del viernes irían a salir ideas que construirían tan buena actividad. Pensando y pensando, tratando de salir del paso (como hace algunos sábados lo venimos haciendo) se nos ocurrió ir al bosque. ¿Ir al bosque? ¿A qué? ¿Salir de la biblioteca? Sí, salimos a jugar al “Tesoro escondido”.

Algunas ideas colectivas del viernes a la nochecita y otras más individuales del sábado por la mañana terminaron convertidas en varias postas, pistas, adivinazas, acertijos que desparramamos como a la una de la tarde por la zona cercana al museo Nicolaza, Mercedes y yo. (Manu se perdió en el camino...) Entre pancheros, garrapiñeros, monumentos y árboles desparramamos papelitos que contenían desde adivinanzas hasta pavadas lindas, pasando por trabalenguas y más pavadas lindas... Se puede decir que aprovechamos verdaderamente el paisaje natural y urbano del bosque tanto, que ni los trabajadores del lugar se salvaron.

El tiempo corría (nos corría). Llegamos a la biblioteca (se había sumado Josefina en el camino). Luján y Sasha nos esperaban con un exigente reclamo: “Buenas noches” –nos dijeron, aludiendo a nuestra poco habitual llegada tarde. Es que ya eran más de las tres de la tarde. Ahí nomás nos organizamos. Manu se quedó con la leche y el resto salimos a buscar algunos pibes y pibas. En el camino sumamos veinte chicos (incluidas la visitas de Lucas, Camila y Yael) Los niños y niñas eran “llos de siempre”, ya se puede decir los de siempre, increíble, ¿no?

Pasamos por la biblioteca, juntamos el bidón con la leche, la bandera y empezamos a caminar. Apurados por el tiempo y la tormenta, emprendimos la aventura. El primer obstáculo: cruzar la 122. El segundo, atravesar 60 sin recibir la puteada de ningún automovilista. A los dos pudimos sortearlos, no sin que Nicolás y Agustín no dieran la nota. Los señoritos cruzaban corriendo como si de una gran hazaña se tratara. Las maestras ciruelas gritábamos y gritábamos.

Empezamos a caminar por el bosque y llegamos al museo. Ahí nos esperaba el garrapiñero. ¡Epa! ¿Qué pasó? No era el mismo de hoy. ¿Y ahora que hacemos? El garrapiñero anterior le había dejado el papelito a su reemplazante. La consigna fue: “La primera pista va a estar en el lugar más dulce de la zona” Oídas las palabras, la avalancha de niños se tiró sobre el señor garrapiñero. El magnífico vendedor de maníes acaramelados se re copó con la consigna e hizo que los chicos dieran vueltas y vueltas por las escalinatas del museo. Tantos pasos para adelante, tanto para atrás, otros tanto para adelante... Todos, absolutamente todos, bajaban y subían. Y la próxima pista, según el señor garrapiñero, estaría en algo marrón que parecía un gato pero no era. Esa era yo... ¡Miauuuuu! En el bolsillo de mi saco se encontraba la otra consigna. Buscar tantos bichos como triángulos había dibujados en el papel y después hacer tantos pasos hasta la otra consignas. Nuevamente todos corrieron desaforados a buscar bichos. Juntaron quince. Y ahora una adivinanza: “Andamos por el suelo, atadas y alertas; dormimos desatadas, con la boca abierta” Dentro de unas zapatillas apareció la otra consigna, que nos llevó a un pez que pegado en un monumento. Vale aclarar que la decisión de poner la consigna en el busto de Almafuerte y no en el del viejo de mierda de Vucetich (que le dio nombre a esa otra escuela de mierda) fue toda una decisión política, obvio. El pez tenia unos trabalenguas que los chicos debían leerles a la señora del puesto de panchos para que le diera la última pista. Acá se nos escapaba enojado Agustín a quien tuve que chusmearle dónde estaba el tesoro para que volviera. Ya sabemos lo que le gusta involucrarse en situaciones que demuestren su exclusividad. Manejar información de tamaña confidencialidad como la ubicación del ansiado tesoro era una de esas situaciones.

El tesoro, muy bien escondido desde hacía una hora, no tardó en ser hallado. Para cuando descubrimos el tesoro acaramelado ya estaba la leche y las galletitas esperándonos. Excelente jornada que disfrutamos tanto las “grandes” (en todos los sentidos de la palabra) y los chicos “grandes”. Para la vuelta ya teníamos la compañía masculina de Diego y su amigo.

Repartimos y comimos los tesoros escondidos, molestamos a los novios que dulcemente “chapaban” en la plaza y les cantamos la canción de la biblioteca, sacudiendo la bandera como tratando de abanicar tan calorosa situación.

Emprendimos el camino de regreso, no sin antes agradecer a la panchera y al señor garrapiñero. Bachicha fue el delegado oficial que con un apretón de manos le dio las gracias al señor. Como devolución éste último nos regaló un conflicto: Cinco paquetes de garrapiñadas para veinte pibes. No tengo que describir la situación originada, ¿no? Pero tuvo un buen resultado. Ninguno se quedó sin probar el regalo de nuestro nuevo amigo del museo.

Muy cansados pero contentos seguimos caminando. La lluvia supo esperarnos. Fuimos todos a la biblioteca y de ahí cada uno a su casa. Daiana y Nati fueron las últimas en marcharse y las privilegiadas que probaron los caramelos que quedaban. Para esto ya caía bastante agua. Otra vez la lluvia presente en una hermosa actividad lagunera.

No hay comentarios: